EL REVERSO DEL TURISMO
España ha sido un imán para los europeos desde hace siglos. En el siglo XIX, multitud de viajeros franceses e ingleses vinieron a la península atraídos por su exotismo, debido a su pasado musulmán, más cercano a Africa que a Europa. De la imaginación de los artistas surgieron obras literarias y musicales inspiradas en los paisajes, historias y monumentos españoles (“Cuentos de la Alhambra” de W. Irving, “Carmen” de Merimée, y su versión operística de Bizet, Gustave Doré y sus dibujos de paisajes españoles…) que maravillaron a los europeos y norteamericanos. A Murcia viajó en 1871 el fotógrafo francés Jean Laurent, dejando una colección de instantáneas que dejaban ver una región pintoresca.
Nuestra región no fue ajena al “boom” turístico. A partir de 1961, la Manga del Mar Menor, propiedad de la familia Maestre, inicia su transformación. De estar formado por una serie de dunas tapizadas de sabinas y enebros, que separan el Mar Menor del Mediterráneo, con actividades económicas tradicionales basadas en la pesca y la explotación salinera al norte, un paisaje que, a buen seguro, habría merecido la catalogación de Parque Nacional, se pasó a una desenfrenada carrera por edificar de cualquier manera todo el espacio disponible, hasta llegar, a principios del siglo XXI, a la saturación que podemos contemplar hoy. Pronto las poblaciones ribereñas del Mar Menor continuaron su estela, seguidas de otros enclaves costeros como Mazarrón, Águilas y San Pedro del Pinatar.
Los últimos 60 años se han caracterizado
por una dependencia cada vez mayor de la economía española al turismo. Desde
1955 a 1973 vemos cómo crece el número de visitantes desde 2.500.000
hasta 34.500.000. En 2019 llegaron a nuestro país más de 80 millones de
visitantes. El peso del turismo en el PIB español ha pasado de representar el
5,1% en 1970 a convertirse en el sector que más riqueza aporta a la economía
española, con un total de 176.000 millones de euros anuales que representan el
14,6% del PIB, además de 2,8 millones de empleos, por encima de la construcción
y el comercio. A la Región de Murcia llegaron más de 5,7 millones de turistas
en 2019, representando el 11,4% del PIB regional.
Pero estas cifras macroeconómicas tienen
un reverso. En primer lugar, la excesiva dependencia del sector turístico
provoca que, en situaciones excepcionales, como supone la actual pandemia,
tanto el sector como la economía en general se vean afectadas de una forma
brutal, como corresponde cuando no hay una diversificación adecuada de las
actividades económicas. La masificación de la costa y las grandes ciudades y la
proliferación del “turismo de borrachera low-cost” provocan el fenómeno de la
“turismofobia”, por sus consecuencias negativas (ruidos, generación de basuras,
pérdida de identidad cultural).
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Por otro lado, la degradación ambiental
es evidente en los entornos donde se desarrolla de un modo exagerado el sector
turístico. En la Región de Murcia, además de haberse visto afectadas las áreas
ya desarrolladas, debido a la urbanización excesiva, la invasión de terrenos no
aptos para la construcción (ramblas y dominio marítimo-terrestre), a la falta
de depuración de aguas residuales, la congestión por el tráfico rodado y la
deficiente ordenación del territorio por parte de ayuntamientos, no son pocos
los intentos de los promotores turísticos de ocupar espacios protegidos, como
ha sido el caso del Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña
del Águila y del Parque Regional de Cabo Cope y Puntas de Calnegre, o por
razones “estratégicas”, como en el caso de la bahía de El Gorguel.
La transformación del tejido productivo
hacia un modelo que sea diverso, respetuoso con el entorno, a la vez que sea
resiliente frente a las situaciones imprevistas, como la que atravesamos, es el
único camino para garantizar un futuro en estos tiempos inciertos, sin que dependamos de situaciones externas que no
podemos controlar. Las siguientes generaciones nos lo agradecerán.