martes, 10 de septiembre de 2019

TRAER LA NATURALEZA A LA CIUDAD



Una lección de historia sobre el mundo árabe la que podemos asimilar paseando por los jardines de la Alhambra y el Generalife: una constatación de los dos grandes amores (junto al que sentían por los caballos) de este pueblo: el amor por el agua, y el amor por las flores.
Fue aquí, en nuestra península, donde, acogido a un clima mucho más benigno que el del desierto, pudo dar rienda suelta a ese impulso cuasi erótico hacia la Naturaleza que, aún hoy, nos asombra y despierta nuestra admiración.
Fue en esta sociedad – a la que en los reinos hispanos se llamaba “mora” -  en la que se inspiraron nuestros cercanos antepasados del XIX, naturalistas, intelectuales, masones, liberales… que sostenían que la contemplación y la relación con la Naturaleza mejoraría considerablemente el comportamiento humano.


Nació entonces una preocupación por la higiene que, en un afán por mejorar las precarias condiciones sanitarias de las ciudades, se unió a la tendencia estética de mejora de la imagen urbana. Se pensaba que la plantación de árboles en las ciudades podría mejorar las condiciones de salubridad de la población; y así, entre finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, podemos apreciar esta preocupación en la evolución del paisaje urbano, en una democratización verde, en que el arbolado y la jardinería dejan de ser una característica de los palacios y las grandes mansiones, para abrirse a las plazas y vías públicas, para disfrute de la generalidad de la población.


Como un nuevo concepto de urbanismo, la ciudad equilibrada, nacen las ciudades jardín.  Asociarse con la Naturaleza, trayéndola hacia el centro de las ciudades, ha sido siempre el objetivo de las civilizaciones avanzadas, no lo olvidemos.
Centrándonos en la ciudad de Cartagena, en la que la tradición jardinera se remonta a la época romana, con una comunidad que llenó  las villas de la urbe con la máxima muestra de color que la mayor variedad de rosas que se podía apreciar en cualquier comunidad de la Tarraconensis, la comunión con la Naturaleza de la clase urbana volvió a manifestarse en los últimos años del XIX y los primeros del XX, cuando  en la zona que constituía el Ensanche, mientras se desecaban los humedales, se llevó a cabo la plantación de eucaliptus en la Alameda de San Antón, al tiempo que la población burguesa, con una mayor carga intelectual a la de décadas posteriores, con una altura cultural superior a la de las clases acomodadas anteriores, y una perspectiva progresista y avanzada, optaba por edificar su segunda vivienda en las zonas más alejadas de la humedad del casco histórico, como Los Dolores o Los Molinos (después Barrio de Peral); viviendas con amplios patios y jardines en que disfrutaban de las ventajas de la vida rural sin sus inconvenientes, compaginándola con la vida urbana.

El cambio social en Europa, tras la Gran Guerra, se reflejó en el nacimiento del “verde social”, acrecentándose el interés público por el paisaje.


Hacia el principio de los sesenta, en Cartagena, comienza a retroceder la ruralización, aunque todavía hasta los años setenta persistían en los alrededores del apeadero del Barrio de Peral palacetes rodeados de vegetación y las viviendas sencillas de las familias de clase media exhibían un limonero, un naranjo, y quizás una acacia o una jacaranda junto a los macizos de rosas – rosas, que no crecen en ningún lado con una lozanía tal como la que muestran aquí – o, en las casas más humildes, de geranios, pelargonios y gitanillas…


Nuestras abuelas y abuelos gozaban de las ventajas de esa naturaleza en miniatura, en oposición a la fiebre arboricida y la obsesión por el cemento de que alardeamos en esta Cartagena del siglo XXI.
Se trata de un claro retroceso. Signo del siglo XX: La ecología y la construcción, en una oposición constante. Paradójicamente, mientras la ciudad aumenta considerablemente su población con migrantes procedentes de las zonas rurales. Y no se trataba únicamente de la cesión del espacio al cemento, sino de la invasión del asfalto: los automóviles se apropian del paisaje, de modo que van desapareciendo plazas, jardines y calles arboladas para proceder a desdoblar carriles para su circulación o para ocuparlas con áreas de aparcamiento.  Los entrañables rincones en que antaño jugaban las criaturas y se paseaban o descansaban las personas adultas, entre árboles y flores, dejan de utilizarse por el ruido, por el peligro de accidentes, por la elevada contaminación…


¿Dónde ha quedado lo entrañable, lo recoleto, lo visitable, lo habitable…? Rendido a una filosofía urbana y paisajista opuesta a la tradicional de nuestra zona. Mientras los turistas contemplan encantados las palmeras del área urbana, o los grandes ficus que, afortunadamente, aún adornan algunas de nuestras plazas, las cartageneras y cartageneros deambulamos a pleno sol, mientras la administración local invierte en plantas inadecuadas para nuestro medio, debido a su elevado coste, a la exagerada cantidad de agua que necesitan para el riego, a la excesiva  necesidad de un mantenimiento con el que no se cuenta; plantas ajenas a nuestro ecosistema, a nuestra cultura, a la sostenibilidad; campos de golf y áreas residenciales plantadas de césped para disfrute de una minoría; barrios y diputaciones quedan abandonados sin zonas verdes, gastando sin embargo cantidades irracionales y desmesuradas del presupuesto para adornar el centro con plantas de temporada de corta duración. Todo ello, desde la improvisación o al servicio de intereses particulares.
Y no se trata de llorar por haber perdido los espacios de ocio y de higiene social, pues lo que hemos perdido, lo que continuamos perdiendo con nuestras áreas verdes es una importantísima herramienta para regular nuestra ciudad ecológicamente.



La jardinería urbana debe ser planificada, de manera participada, de manera que nos ayude en el diseño de una ciudad amable, una ciudad habitable y sostenible que sirva de disfrute, encuentro y comunicación entre sus habitantes, al servicio de la ciudadanía.
¿Cómo? Revalorizando el árbol como elemento que ofrece durabilidad y belleza, así como la variedad de espacios arbustivos que nuestra climatología nos permite, adecuando cada proyecto en base a criterios paisajistas y estéticos, conservando aquellos elementos paisajísticos de interés, controlando y regulando los espacios verdes privados, asegurando la biodiversidad y utilizando elementos materiales y coherentes con las necesidades urbanas.


Esto se puede llevar a cabo si hay voluntad política para ello; es posible, no se trata de una utopía, pues existen ya, en muchos lugares de Europa, experiencias en esa línea que demuestran su viabilidad, en coherencia con lo que las ciudades actuales y el medio ambiente nos exigen.
Es necesaria la creación de un equipo multidisciplinar previo a partir de un estudio sociológico para conocer las necesidades reales de la ciudadanía. Un equipo técnico con conocimiento actualizado de los problemas y los retos que plantea la jardinería urbana del siglo XXI. Los criterios básicos que se deben adoptar en el proyecto han de garantizar el mantenimiento sostenible, y cada uno de los que se lleven a cabo debe ir acompañado del costo de su supervisión y mantenimiento, todo dentro de lo que se conoce como “planes verdes”, es decir, planes especiales que ordenen los espacios libres dentro de muestro término municipal,programados en el Plan General de Ordenación Urbana, que tiendan a la mejora y la protección del paisaje de manera sostenible, para acercar la Naturaleza al ciudadano y la ciudadana de manera armoniosa, para corregir la contaminación y aumentar las áreas de ocio, al tiempo que se respeta y protege los elementos patrimoniales histórico culturales.
 Asimismo no podemos permitir que sigan destruyéndose los únicos pulmones con los que nuestra ciudad cuenta para satisfacer la demanda de intereses empresariales. La tala indiscriminada de un pinar supone un atentado gravísimo contra la Naturaleza de nuestro entorno, que pone de manifiesto el poco valor que se otorga a nuestros espacios verdes. En plena crisis climática, cuando tod sentido común nos empuja a la conservación de la exigua y maltratada vida vegetal de nuestra geografía, los poderes económicos continúan demostrando una falta de escrúpulos intolerable y nuestros representantes políticos una falta de responsabilidad escandalosa. 


Luchemos por esa Cartagena verde, por esa Cartagena amable, por una Cartagena en que recuperemos la parte de habitabilidad que hemos ido perdiendo, por una Cartagena del presente y para el futuro porque #FuturoSeEscribeConVerde.


*Para escribir este artículo me ha venido bien consultar el blog de José Elías Bonells JARDINES SIN FRONTERAS para tomar algunas ideas de "Síntesis de un programa de Jardinería Urbana". También he utilizado las aportaciones de Mar Tornero, trabajadora del servicio de jardinería.
Las fotos antiguas pertenecen a la colección Loty; las demás son dela colección de Equo Cartagena.

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